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Librerías con encanto: Antígona (Zaragoza)

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Antígona no es, aun cuando pudiera parecerlo al ver todo el todo que contiene, una librería de viejo. La Antígona de Julia y Pepe es un espacio por donde campan  miles de ejemplares, estanterías repletas de libros que apenas dejan  ver —de tanto como tienen— la magnífica colección de cedés de música —“empezamos a tenerlos un poco de manera egoísta, porque nos gustaba mucho a nosotros”, nos dicen—  a la que han querido reservar un espacio propio, igual que a películas como la rara  Le planète sauvage  y otras.

Pepe recuerda sus inicios. Era cliente habitual de la ya desaparecida librería Múriel cuando uno de los chavales que trabajaban allí tuvo que marcharse, tal vez a hacer la mili, “ya no me acuerdo”. Le propusieron, “de un día para otro, yo era buen cliente, sabían lo que me gustaba”, sustituirle, y no se lo pensó dos veces: “había acabado hacía nada Literatura aquí en la Facultad y el que había montado la librería sabía que yo no quería dedicarme a la enseñanza, no me iba a poner a hacer oposiciones, no me gustaba nada”. Se hizo en seguida con la dinámica y acabó siendo socio en unos meses. “Era el único partícipe que vivía de la librería. Tenía mi sueldo y me descontaba una parte y la ponía… También es cierto que a mí lo que de verdad me interesaba eran los libros, y allí tenía de todo”.

Julia vino a Zaragoza desde Úbeda, tan andaluza ella, a casa de unos familiares para estudiar filología francesa. Se encontraron −no podía ser de otro modo− en la librería: “me la presentó una prima suya, que era amiga mía, compañera de la Facultad”. Se acuerdan ambos perfectamente de aquella conversación; nos la cuentan por separado (y nosotros vamos a contarla como si se pisaran el uno al otro, a ver cómo queda): “me pidió las Cartas Abisinias de Rimbaud, tan maja, con aquellos 18 años recién cumplidos, un melenón negro, guapísima… —se le llena la boca a Pepe cuando dice esto—. “Y él me dijo que no, tú tienes que leer a Sade, a Bataille, a Cioran….” “Y, claro, yo ya me quedé loco, una niña como era, ya pidiendo un libro así. Nos pusimos a hablar de Rimbaud y yo me quedé ya fascinado… Y a partir de entonces, bueno… Julia venía casi todos los días a buscarme”. “Fue para mí un aprendizaje, me enseñó muchísimo. Me quedé un poco… bueno, aparte de que tenía una personalidad muy divertida, y la sigue teniendo, me conquistó por los libros, por su pasión por los libros (…) Él de pequeño vivía en París. Cuando volvió a Zaragoza no entendía bien a sus compañeros, era muy retraído, y eso le llevó a la lectura, creo. Cuando yo le conocí él tenía 25 y ya se lo había leído todo. Era un estudioso del tema, de cualquier tema…” Al contar todo aquello aparece ese sincero y limpio brillo de los ojos de quien ha encontrado a quien amar y lo sabe y lo disfruta y aprecia y cuida y mima. “Es un melómano empedernido, además. Y no toca un ordenador. El otro día leíamos lo que contabas sobre Hydria  y él es que es igual, tiene todo el fondo radiografiado en su cabeza. No tenemos página web, ni una base de datos en ningún sitio, salvo en su cabeza”.

Fue cuando cerró la vieja Múriel —en la que acabaron trabajando ambos— cuando por fin se deciden y abren la suya propia. Vio Julia el local que ocupan aún hoy y dio una señal de inmediato. “Estaba totalmente en bruto, no había nada”. Construyeron Antígona, literalmente, con sus propias manos, ayudados por el padre de Pepe, albañil jubilado, mano a mano. Inauguraron un 11 de Junio, un sábado de hará ya 25 años el que viene. Como se habían quedado “sin un duro” lo que hizo Pepe fue llevarse 500 libros de su casa y ponerlos en las flamantes estanterías, en lugar de de canto, con la portada al frente, para ocupar más espacio; que no se viera tan desangelado como estaba el local. “Pero en seguida se nos quedó pequeño, Julia empezó a dedicarse al infantil y juvenil…” Y los libros invadieron la trastienda al cabo de poco tiempo: “ya ves cómo está ahora, todo atestado de libros. Es La Antilibrería, lo contrario de lo que se lleva ahora en plan todo colocadito y bien expuesto en estantes monísimos… Mi sueño era tener una librería de fondo. Y se ha creado, claro. Al cabo de los años, si te preocupas, si lo cuidas, acabas teniendo un buen fondo”.

Lo de llamarse Antígona se le ocurriría probablemente a Pepe, “a mí siempre me ha gustado mucho la mitología griega y en concreto Antígona, como es un personaje con ese carácter, ese valor. Y Julia tiene esa energía, es tan poderosa y tan inconsciente. Fue su fuerza lo que hizo esto posible. Yo soy más cauto, más sensato; menos poderoso, por tanto”.

Lo diferentes que son les enriquece, sin duda. Ella es más expansiva, más de organizar cosas, ir a ferias, conocer de puertas afuera; él, por el contrario, prefiere atraer a la librería, recoger a la gente, hablar allí con ellos, de puertas adentro. Así, Julia se ha embarcado recientemente, por ejemplo, en un proyecto “una minieditorial, un miniproyecto de ediciones Sin Pretensiones, con gente de aquí, Daniel Nesquens, Elisa Arguilé, Ana  Lóbez, Alberto Gamón…”

Es, cuanto menos, curiosa la forma en que están ordenados los libros. “En la librería no hay ni un solo cartel que indique la sección de que se trata. Aparte de que tenemos clientes que se saben la librería de memoria —Julia señala a una de las personas que hay por allí curioseando entre los libros, sin que nadie le importune o se le vaya a ocurrir hacerlo—, sí que es también verdad que nuestras secciones están muy interrelacionadas. Por ejemplo, Roland Barthes está aquí, pero también podría estar en semiótica…“ El caso es que cuando empezaron a caerse algunos rótulos lo dejaron estar, y es así como la librería Antígona se presenta como un amplio territorio concebido para explorar y encontrar dependerá qué de según quién lo esté buscando. “La sección de poesía es una de las más completas de España”. Pero no lleva rótulo. Para qué.

Cuando empezamos a hablar de libros Julia se confiesa: “yo estoy enamorada de Fernando del Paso, así como Pepe lo está de José Lezama Lima”, el autor de Paradiso, “es hiperbarroco, caribe total… con la primera página te salen sarpullidos; cuenta su nacimento y te entra un calor… Es alucinante”. Entonces es cuando  se nota que hemos por fin entrado en materia y Pepe se embala: “Este verano me leí, y ahora es que ya no lo tengo, se ha vendido todo, lo he recomendado muchísimo, La liebre con ojos de ámbar. El autor es un ceramista inglés, nacido en el 62, 63… y sólo tiene este libro, una historia más o menos personal: se va a Japón a estudiar japonés y a aprender sobre arte y cerámica japonesa; allí se encuentra con un tio suyo que tiene una colección de netsuke. La trama gira en torno al origen de esa colección, cuenta la historia de su familia a través de esa colección. Es una delicia. Se lee como ensayo, como novela, como historia de Europa… Y el tío, ya digo, es ceramista, se gana la vida así, no es escritor”.

También nos trae Pepe Los diarios de Robert Mussil, de cuyo autor ya había leído El hombre sin atributos,  “una novela alucinante, de dos o tres mil páginas, que viene a contar un poco la crisis de la cultura europea… Es después cuando salen los diarios, y ahora los han reeditado en edición de bolsillo, y ahí está —dice señalando los dos tomos, cada uno de unas mil páginas— el saber universal. Tiene unas anotaciones alucinantes; por un lado te está hablando de lo último que ha leído de Kant o de un físico al que ha conocido, o de un intelectual de su época, o la novela en la que está trabajando; y, por otro, te cuenta cuestiones sexuales, pero de una forma hiperfría, esta noche he tenido una erección, me levantado con ganas de sexo… Y es que no te lo esperas, de un intelectual de esa talla. En fin, delicioso; merece mucho la pena”. De este verano es también “Inventario de la casa de campo, que edita Trotta, que es una editorial que publica sobre todo filosofía, cuestiones jurídicas, y también mucho de teoría de la evolución (son, digamos, cristianos progresistas). Este hombre, el autor, es un jurista italiano, especialista en derecho procesal, pero éste es un libro de memorias de la infancia. Creció en la Toscana. Te cuenta cómo descubrió los carros de heno, los campos de árboles, las abejas… Es el paraíso perdido”.

Así se entiende también que Julia esté convencida de que el papel no va a desaparecer; están tan metidos en el mundo del libro, lo viven tanto. Se muestra muy segura, optimista, categórica: “se reducirán tal vez tiradas, habrá cierto tipo de libros que sólo tendrán difusión a través de los libros electrónicos, pero es que hay cosas que sólo se pueden hacer en papel. Van a convivir ambos formatos, estoy convencida. Luego, aparte, yo también creo que la vida del papel es mucho más sostenible y más larga de lo que pensamos; el microfilme, por ejemplo, es un soporte que ya no se usa porque es mucho más efímero de lo que se pensaba”.

Y es lo cierto —y así nos vamos— que cuando se sale de Antígona se lleva uno puestas unas ganas enormes de leer mil cosas diferentes, de hacerlo incluso rápido para poder volver pronto a verles, a contarles lo que se ha estado disfrutado leyendo. Y a que te den más, muchos libros más.

Fotografía: Jesús Llaría.


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